Nació en Londres en 1170. Era hijo de un empleado oficial, y en sus primeros años fue educado por los monjes del convento de Merton. A los 24 años consiguió un puesto como ayudante del Arzobispo de Inglaterra (el de Canterbury) quien se dio cuenta que Tomás tenía cualidades excepcionales para el trabajo, así que le fue confiando poco a poco oficios más difíciles e importantes. Lo ordenó de diácono y lo encargó de la administración de los bienes del arzobispado. Lo envió varias veces a Roma a tratar asuntos de mucha importancia. Tomás como buen diplomático había obtenido que el Papa Eugenio Tercero se hiciera muy amigo del rey de Inglaterra, Enrique II, y éste en acción de gracias por tan gran favor, nombró a nuestro santo (cuando sólo tenía 36 años) como Canciller o Ministro de Relaciones Exteriores.
Tras la muerte del Arzobispo Teobaldo en 1161, el rey Enrique II de inmediato pensó en Santo Tomás como el mejor candidato para ocupar dicho cargo, pero nuestro santo se negó muy cortésmente alegando que él no era digno para tan honorable puesto. Sin embargo, un Cardenal de mucha confianza del Sumo Pontífice Alejandro III lo convenció de que debía aceptar, y al fin aceptó. Cuando el rey empezó a insistirle en que aceptara el oficio de Arzobispo, Santo Tomás le hizo una profecía o un anuncio que se cumplió a la letra. Le dijo: “Si acepto ser Arzobispo me sucederá que el rey que hasta ahora es mi gran amigo, se convertirá en mi gran enemigo”. Enrique no creyó que fuera a suceder así, pero sucedió. Ordenado de sacerdote y luego consagrado como Arzobispo, pidió a sus ayudantes que en adelante le corrigieran con toda valentía cualquier falta que notaran en él. Como él mismo lo había anunciado, los envidiosos empezaron a calumniar al arzobispo en presencia del rey. Dicen que en uno de sus terribles estallidos de cólera, Enrique II exclamó: “No podrá haber más paz en mi reino mientras viva Becket. ¿Será que no hay nadie que sea capaz de suprimir a este clérigo que me quiere hacer la vida imposible?”.
Al oír semejante exclamación de labios del mandatario, cuatro sicarios se fueron donde el santo arzobispo resueltos a darle muerte. Estaba él orando junto al altar cuando llegaron los asesinos. Era el 29 de diciembre de 1170. No opuso resistencia. Murió diciendo: “Muero gustoso por el nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia Católica”. Tenía apenas 52 años.
El Papa Alejandro III lanzó excomunión contar el rey Enrique, el cual profundamente arrepentido hizo penitencia durante dos años, para obtener la reconciliación en 1172.
“Acepto la muerte por el nombre de Jesús y por la Iglesia”. Cuando poco antes de morir, Tomas Becket pronuncia estas palabras se realiza una parábola extraordinaria de testimonio cristiano. Aquel que había sido un hombre de poder, habituado a mandar, muere como siervo de Cristo y mártir a fin de no renegar de la fe y de custodiar la libertad de la Iglesia Católica.
Hombre de Estado
Nacido en Londres en 1.118 de una familia de origen normanda, Tomas desde joven fue iniciado en la carrera eclesiástica. Formándose en la abadía de Merton, estudia seguidamente en Francia, en la universidad de Bolonia y se distingue inmediatamente por sus cualidades intelectuales. En 1154 se convierte en diácono de de la diócesis de Canterbury y el año después, el nuevo rey de Inglaterra Enrique II lo nombra canciller del reino. Tomas es el hombre de más confianza del monarca, vive una vida agitada y no desdeña los símbolos y los privilegios de poder. Sin embargo el futuro santo no deja de ser generoso con los pobres y muestra una libertad interior también frente al soberano del que se convierte no solo en consejero, sino también en amigo.
Al servicio de la Iglesia
La conversión en la vida de Tomas Becket sucede en 1161 cuando acepta ser el arzobispo de Canterbury. Aquel nombramiento es fuertemente apoyado por el rey Enrique II que jamás hubiera pensado encontrar un fuerte adversario en aquel que una vez era su más estrecho colaborador. Tomas es ahora servidor del Señor que es más grande que el rey de un Estado terreno. El contraste se acentúa cuando Enrique II quiere limitar la libertad y la independencia de la Iglesia católica en Inglaterra, con las Constituciones de Clarendon. A Tomas se le pide firmar la Carta para limitar las prerrogativas de la Iglesia, pero encuentra un baluarte insuperable en el nuevo arzobispo de Canterbury. La imposición viene rechazada con decisión: “En el nombre de dios omnipotente, no pondré mi sello”. El amigo de un tiempo se transforma así, a los ojos del rey, en acérrimo enemigo.
Mártir de la fe y de la libertad
Tomas conocerá la amargura del exilio: después de ser huésped en un monasterio cisterciense tendrá que repararse en Francia. Aquí permanecerá seis años lejos de su patria. Cuando regresa a su Canterbury encuentra la alegre recepción de los fieles, pero una aversión todavía más profunda de parte de la Corona. Se cuenta que un día Enrique II había exclamado que alguno lo liberara de aquel obispo incómodo. Una exhortación tomada de la carta de cuatro caballeros que partieron de Londres hacia Canterbury. Tomas Becket fue asesinado bárbaramente a cuchilladas al interior de su catedral. Era el 29 diciembre 1170. Si narra que a la pregunta de los asesinos “¿Dónde está Tomás el traidor?” Respondió: “Estoy aquí, pero no como traidor, sino como obispo y sacerdote de Dios”. La conmoción suscitada por este asesinato fue inmensa, más allá de los confines de Gran Bretaña, tanto que solo tres años después, el 21 febrero de 1173, el Papa Alejandro III consagra su martirio elevándolo al honor de los altares.
Unas palabras proféticas
En 1161 murió el arzobispo Teobaldo y el rey propuso como nuevo arzobispo a Tomás. Este le respondió: «Si acepto ser arzobispo me sucederá que el rey que hasta ahora es mi gran amigo, se convertirá en mi gran enemigo». Así ocurriría.
Y es que Tomás decidió defender a la Iglesia siempre, por encima de los afanes del poder terrenal.
Fue ordenado sacerdote y consagrado como arzobispo. Su vida como obispo era digna de admiración.
El rey Enrique comenzó a notar que no controlaba a la Iglesia porque Becket exigía la separación entre el poder civil y el eclesiástico. Entonces promulgó una ley por la que la Iglesia quedaba sujeta al gobierno civil.
El arzobispo se negó a aprobar esa ley y fue desterrado de Inglaterra. Seis años más tarde, el papa Alejandro III medió a favor de Tomás Becket y este pudo volver a su país. Parecía que Enrique y Tomás volvían a ser amigos.
A su regreso, el 1 de diciembre de 1170, Tomás Becket llegó como “Delegado del Sumo Pontífice” y fue aclamado por las gentes a su paso hasta la catedral de Canterbury.
Pero el rey volvió a hacer caso de los envidiosos que vertían insidias sobre Tomás Becket. Hasta tal punto que exclamó: «No podrá haber más paz en mi reino mientras viva Becket. ¿Será que no hay nadie que sea capaz de suprimir a este clérigo que me quiere hacer la vida imposible?».
Aquel mismo mes, el 29 de diciembre, Becket estaba orando junto al altar de la catedral cuando se presentaron cuatro hombres y lo acuchillaron. Moribundo, Tomás pudo decir aún: “Muero gustoso por el nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia católica”. Acababa de cumplir 52 años.
El Papa Alejandro III, sabiendo que el rey Enrique había instigado el crimen, lo excomulgó. Este enseguida mostró un gran arrepentimiento por haber mandado matar a su amigo. Hizo dos años de penitencia y a partir de entonces facilitó la buena relación entre la Iglesia y el Estado.
La noticia del asesinato de Tomás Becket corrió por toda Europa. Tres años después de su muerte, el Papa lo declaró santo a causa del martirio sufrido y porque se habían producido muchos milagros por su intercesión.
Santo Tomás Becket es venerado tanto en la Iglesia Católica como en la Anglicana.
Santo patrón
Santo Tomás Becket es patrono del clero secular.
Oración colecta de la misa
Oh, Dios, que has concedido al mártir santo Tomás Becket entregar su vida con grandeza de alma por causa de la justicia, concédenos, por su intercesión, estar dispuestos a dar nuestra vida por Cristo en este mundo para poder recuperarla en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.