Santoral, ¿Quién es Santa Angela de Foligno?

Santa Angela de Foligno

“Mi lugar está en el mundo”. Esta convicción acompañó siempre la existencia de Ángela de Foligno: desde los años juveniles caracterizados por una conducta de vida mundana y por una aparente indiferencia hacia Dios, hasta aquellos sucesivos de la madurez espiritual cuando comprendió que para mejor servir y asemejar al Señor estaba llamada a vivir la santidad en lo concreto de la cotidianeidad. Nacida en Foligno el 4 de enero de 1248 de una familia acaudalada, pronto queda huérfana de padre y recibe de la madre una educación superficial que la lleva a consumir su juventud lejana de la fe. Bella, inteligente, apasionada, desposa un personaje notable de Foligno con quien tiene diversos hijos.

La conversión y el temor del inferno

La frivolidad y despreocupación de la juventud fueron alteradas en el lapso de pocos años por una serie de eventos: el violento terremoto de 1279, un huracán impetuoso y luego la larga guerra contra Perugia llevan a Ángela a interrogarse sobre la precariedad de la vida y a advertir el temor del infierno. Nació en ella el deseo de acercarse al sacramento de la penitencia, pero – cuentan las crónicas – “la vergüenza le impidió realizar una confesión completa y por esto se quedó en el tormento”. En oración obtiene de san Francisco de Asís la aseguración que dentro de poco habría conocido la misericordia de Dios.

El encuentro con el amor misericordioso de Dios

Ángela regresó al confesionario y esta vez se reconcilió totalmente con el Señor. A la edad de 37 años, no obstante la hostilidad de sus familiares, tuvo inicio la conversión en el signo de la penitencia y de la renuncia a las cosas, a los afectos, a sí misma. Después de la muerte cercana y prematura de su madre, del marido y de sus hijos vendió todos sus bienes distribuyendo lo recaudado entre los pobres. Dirigiéndose en peregrinación a Asís tras las huellas del Pobrecillo, en 1291 ingresa a la Tercera Orden de San Francisco, confiándose a la dirección espiritual de fray Arnaldo, conciudadano y consanguíneo, que luego se volvió su biógrafo, autor del célebre “Memorial”. En este texto las etapas de la vocación de Ángela y sus constantes éxtasis y experiencias místicas, culminadas en la inhabitación en el alma de la Santísima Trinidad, están sub divididas en treinta “pasos”. “He visto una cosa plena, – contaba al confesor a propósito de la visión del Dios Trino – una majestad inmensa, que no sé decir, me parecía que era todo bien. (…) Después de su partida, comenzaba a gritar fuerte (…) Amor no conocido ¿por qué me dejas?”. El juvenil temor de la damnación dejó rápidamente lugar a la conciencia de no poderse salvar por los propios méritos, sino, con ánimo arrepentido, solo a través del infinito amor misericordioso de Dios.

Asidua en la oración y en la ternura hacia los últimos

A la constante dimensión orante, explicada de manera especial en la adoración eucarística y en la oración, Ángela siempre agregó la actividad caritativa al lado de los últimos, asistiendo con ternura a los leprosos y a los enfermos, en los cuales veía al Cristo Crucificado. Conocida ya en vida como Magistra Theologorum, promovió una teología basada sobre la Palabra de Dios, sobre la obediencia a la Iglesia y sobre la experiencia directa de lo divino en sus manifestaciones más íntimas.

Fecunda en su maternidad espiritual
Involucrada con pasión en las controversias que laceraban el orden franciscano, Ángela atrajo alrededor de su persona a un cenáculo de hijos espirituales que veían en ella a una guía y a una verdadera maestra de fe: por este motivo su figura encarna uno de los modelos del genio femenino en la Iglesia. Ya antes de su muerte, el 4 de enero de 1309, le viene atribuido por el pueblo, en manera no oficial, el título de santa. El 9 de octubre de 2013 el Papa Francisco cumplió lo ya iniciado por sus predecesores canonizando a Ángela de Foligno por equivalencia.

Angela de Foligno es una de las místicas más famosas de la Iglesia en la Edad Media, junto a Santa Catalina de Siena y Santa Catalina de Génova.

Vivió su infancia y juventud como una mujer orgullosa, vanidosa, poco piadosa y dedicada a la vida mundana. Se casó muy joven y tuvo varios hijos. Poseía riquezas, castillos, lujos, joyas y fincas, pero nada de esto la hacía feliz.

A la edad de 35 años, murieron sucesivamente su madre, su esposo y sus hijos. En medio de esta inmensa pena, Angela recurre a Dios, va a la iglesia y escucha la prédica de un sacerdote franciscano y se da cuenta de su error. Pidió confesarse y luego decidió hacerse terciaria franciscana. Se dirigió en peregrinación a Asís, y en una visión San Francisco le pide vender todo lo que tiene, darlo a los pobres, y dedicarse a meditar en la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

Santa Angela vendió todas sus posesiones menos un castillo que estimaba muchísimo. Poco después, en una visión oye decir a Cristo crucificado preguntarle: “¿Por amor a tu Redentor no serás capaz de sacrificar también tu palacio preferido?”.

Esta vez decidió vender absolutamente todos sus bienes, reparte el dinero entre los más necesitados, y se dedica a una vida de contemplación.

Fue tan grande el amor que tuvo hacia la Pasión y Muerte del Señor, que le bastaba mirar una imagen de Jesús doliente o escuchar hablar del sufrimiento de Dios para que se enrojeciera su rostro y quedara como en éxtasis.

Murió el 4 de enero de 1309 conformada plenamente con el Señor.

Muchas veces, nuestras vidas están llenas de castillos que no queremos vender y que nos impiden gozar de la felicidad que Dios nos ofrece. Que el testimonio de Santa Angela de Foligno nos ayude hoy a desprendernos un poco más de esas ataduras que nos alejan de la verdadera felicidad.

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