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Nacido en Polonia en 1894, destacó desde niño por su espíritu inquieto y su afán de conocer. En su hogar aprendió el amor a la Virgen María y con 13 años ingresó en el Seminario de los padres franciscanos de los que nunca se separó, siendo ordenado sacerdote en 1918. Entregó su corazón a Cristo y ello le llevó a amar toda la realidad. Fue un apasionado de las artes, las ciencias, los avances tecnológicos, el periodismo y los inventos. En 1922 funda su primer convento, Niepokalanow, que se convirtió en toda una ciudad dedicada a la Inmaculada, con escuelas, teatros, talleres e incluso un complejo editorial donde se imprimían miles de ejemplares de ocho revistas diferentes.
Cuando el Papa solicitó el envío de misioneros a Japón, se ofreció voluntario, a pesar de que su salud siempre fue frágil, fundando otro “convento-ciudad”. En 1936, su estado físico empeora y regresa a su país. Tres años más tarde, Polonia sufre la invasión alemana y los nazis bombardean Niepokalanov, deportando a los frailes a los campos de concentración. A pesar de ser liberados a los tres meses, el padre Kolbe figuraba en la lista negra de la policía secreta: era sacerdote, su cultura y prestigio le habían conferido una gran influencia, daba asilo a judíos y seguía publicando un periódico patriota y católico. Así pues, el 17 de febrero de 1941 la Gestapo detiene al padre Maximiliano Kolbe, que es trasladado al campo de concentración de Auschwitz.
Ese mismo verano, el 3 de agosto, uno de los reclusos de su bloque escapa. Todos saben cuáles son las consecuencias: por cada evadido, diez de sus compañeros de trabajo, escogidos al azar, serán condenados a morir de hambre en el búnker de la muerte. Uno de los seleccionados grita: “Ay, ¿qué será de mi esposa y de mis hijos?”. En ese momento, el padre Kolbe se ofrece para ocupar su lugar y, sorprendentemente, el comandante acepta el intercambio.
La muerte de Kolbe es más conocida que su vida, pero sin su vida no se puede entender su muerte ni la libertad de su ofrecimiento. Kolbe era un hombre libre en medio del horror de Auschwitz porque su corazón está lleno de la verdadera alegría, cierto de que Dios no ha abandonado al hombre sino que le ama hasta el ofrecimiento de la propia vida. Murió el 14 de agosto, día en que se celebra su fiesta.
El padre Kolbe fue canonizado en 1982 por Juan Pablo II, que pronunció estas palabras en la homilía de su canonización: “Venced el odio con el poder fascinante del amor. Venced la enemistad con la fuerza del perdón”. Bajo su patrocinio está nuestro Colegio, pues en él identificamos la pasión por conocer toda la realidad; la belleza de la fe que se hace cultura y se pone al servicio del mundo; la libertad que da vivir a la altura de nuestra humanidad.
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Raymund Kolbe –luego Maximiliano María Kolbe (8 de enero de 1894–14 de agosto de 1941)–, a sus cinco años, le contó a su madre, Maria Dabrowska, que una noche “se me apareció la virgen, y tenía en las manos una corona blanca y otra roja, y me preguntó si quería una de esas coronas. La blanca debía conservarme puro, y la roja me convertiría en mártir. Y yo le dije que quería las dos…”.
En adelante, el polaco Kolbe, nacido cuando su patria pertenecía al Imperio Ruso, se convirtió en un soldado del Inmaculado Corazón de María, un feroz enemigo –y combatiente– de la masonería, el modernismo, “y los peligros que acechan a la Iglesia”.
Su padre, Julius, de origen alemán, y Maria Dabrowska, tuvieron cinco hijos: Francis, Joseph, Walenty, Andrew, y él… con poca fortuna: Walenty murió al año, y Andrew a los cuatro.
Después de esas muertes, Maria notó que Raymund pasaba largo rato orando y llorando ante un pequeño altar…
En adelante, a sus 16 años, fue aceptado en un seminario franciscano, cambió su nombre a Maximiliano María (por la madre de Jesús), y entre 1915 y 1919 se doctoró en Filosofía y Teología.
Y a partir de entonces triunfó el soldado de la Fe. Que escribió: “¿Es posible que nuestros enemigos trabajen tanto hasta prevalecer, y nosotros permanezcamos ociosos o como máximo rezando pero sin entrar en acción? ¿Acaso no tenemos armas más poderosas, como la protección de la Inmaculada? La sin mancha, vencedora de todas las herejías, vencerá al enemigo que levanta la cerviz: la masonería y otros siervos de Lucifer”.
En la Edad Media hubiera sido un caballero cruzado. Uno de aquellos que atravesaban el Bósforo a nado para ir a Jerusalén… Pero en el siglo XX fue un infatigable militante de la virgen. Regó la tierra de oratorios, imprentas y periódicos defensores de su causa… ¡hasta en Japón!
Pero aun no había llegado la hora del más heroico de sus actos…
Julio de 1941. Las hordas nazis llevaban dos años invadiendo tierras y asesinando a mansalva. Un día de ese año y mes se fugó un preso del diabólico campo de exterminio de Auschwitz, y uno de sus prisioneros, el sargento polaco Franciszek Gajowniczek, contó: “Yo era un veterano en el campo de Auschwitz. Tenía tatuado en mi brazo el número de inscripción: 5659. Una noche, al pasar lista los guardianes, uno de nuestros compañeros no respondió. Al punto hicieron sonar la alarma. Los oficiales de seguridad desplegaron todos sus dispositivos. Salieron patrullas y recorrieron los alrededores. Aquella noche volvimos a los barracones muy angustiados. Sabíamos lo que nos esperaba. Si no lograban atrapar a fugitivo…¡matarían a diez de nosotros! A la mañana siguiente nos hicieron formar a todos: a los dos mil. Nos obligaron a estar en posición de firme hasta el mediodía. Apenas resistíamos, debilitados por el trabajo y la miserable comida. Muchos caían exánimes bajo el sol implacable. Hacia las tres de la tarde nos dieron algo de comer y volvimos a la posición de firme… ¡hasta la noche! El coronel SS Karl Fritzsch volvió a pasar lista y anunció:
–Diez de ustedes serán ajusticiados. Esa es la regla: diez por cada prisionero fugado.
A la mañana siguiente… fui uno de los diez elegidos por el coronel”.
Franciszek salió de la fila arrastrando los pies, llorando, y dijo en voz baja:
–Pobre esposa mía, pobres hijos míos…
El cura Kolbe, tuberculoso desde hacía tiempo, dio un paso adelante y enfrentó al coronel:
–Soy un sacerdote católico polaco y estoy viejo. Quiero ocupar el puesto de ese hombre que tiene esposa e hijos.
El nazi se enfureció. ¿Cómo desobedecer a un esbirro de Hitler? Pero aceptó…
Kolbe, entonces de 47 años pero cuya enfermedad no era terminal (pudo vivir varios años más), fue arrastrado con otros nueve prisioneros hasta una celda subterránea y puesto en el régimen de ayuno obligado, hasta que muriera, lo mismo que sus compañeros.
Era el 31 de julio de 1941.
Pero luego de sufrir tres semanas de hambre –apenas a pan y una sopa aguada y sin sustancia alguna–, el 14 de agosto Kolbe y otros tres condenados seguían vivos…
Sin embargo, no hubo perdón ni piedad para ellos. Los oficiales necesitaban desocupar la celda para encerrar a otros prisioneros, de modo que los cuatro fueron asesinados con inyecciones de fenol, y sus cuerpos, reducidos a cenizas en uno de los hornos crematorios del campo…
Pero entre los sobrevivientes quedó grabada a fuego y santidad la pasión de Kolbe: en la barraca y hasta en la última celda, exhausto, ofició misa todos los días, a impartió la comunión con el pan ácimo y el vino que le conseguían algunos guardias nazis que lo admiraban…
Franciszek Gajowniczek, el salvado, sufrió mucho. Siguió prisionero durante cinco años, y sus hijos murieron antes de su liberación.
Juan Pablo II lo declaró “santo patrón y mártir de nuestro difícil siglo” en 1982. San Maximiliano Kolbe es tenido como protector de las familias, los presos, los presos políticos, los periodistas, los drogdictos y el movimiento próvida.
Juan Pablo II beatificó a Maximiliano Kobe en 1982
Todavía sigue en pie su máxima obra. Cerca de Varsovia, y apenas cumplidos sus 30 años, fundó la casa religiosa Niepokalanów, la Ciudad de la Inmaculada, que apenas en una década llegó a tener un millar de frailes.
Además de una gran área libre para la construcción de una basílica, el lugar tiene un complejo editorial modelo: redacción, biblioteca, tipoteca, imprenta, laboratorios fotográficos, capilla, enfermería, central eléctrica, talleres de herreros, carpinteros, zapateros, sastres, albañiles, cuerpo de bomberos, una radio operada por aficionados, y hasta una pequeña estación ferroviaria y vías que empalman con las públicas. Y soñaba con un aeródromo, una radio y hasta una productora de cine… Todo lo que creía imprescindible para su batalla militante por la Inmaculada, bautizada por muchos seguidores como “la locura del amor”.
Si alguien quiere conocer su celda en el campo de Auschwitz, puede encontrarla en el Bloque 11.
Entre esas siniestras paredes aun es posible hallar una silenciosa y profunda verdad: el supremo sacrificio de una vida por otra.
Mártir de la Caridad
Maximiliano significa: “El más importante de la familia”. Es este uno de los mártires modernos.
Murió en la Segunda Guerra Mundial. Había sido llevado por los nazis al terrorífico campo de concentración de Auschwitz.
Un día se fugó un preso. La ley de los alemanes era que por cada preso que se fugara del campo de concentración, tenían que morir diez de sus compañeros. Hicieron el sorteo 1-2-3-4…9…10 y al que le iba correspondiendo el número 10 era puesto aparte para echarlo a un sótano a morirse de hambre. De pronto al oírse un 10, el hombre a quien le correspondió ese número dio un grito y exclamó: “Dios mío, yo tengo esposa e hijos. ¿Quién los va a cuidar?”.
En ese momento el padre Kolbe dice al oficial: “Yo me ofrezco para reemplazar al compañero que ha sido señalado para morir de hambre”.
El oficial le responde: ¿Y por qué?
- Es que él tiene esposa e hijos que lo necesitan. En cambio yo soy soltero y solo, y nadie me necesita.
El oficial duda un momento y enseguida responde: Aceptado.
Y el prisionero Kolbe es llevado con sus otros 9 compañeros a morirse de hambre en un subterráneo. Aquellos tenebrosos días son de angustias y agonías continuas. El santo sacerdote anima a los demás y reza con ellos. Poco a poco van muriendo los demás. Y al final después de bastantes días, solamente queda él con vida. Como los guardias necesitan ese local para otros presos que están llegando, le ponen una inyección de cianuro y lo matan. Era el 14 de agosto de 1941.
Su familia, polaca, era inmensamente devota de la Sma. Virgen y cada año llevaba a los hijos en peregrinación al santuario nacional de la Virgen de Chestokowa. El hijo heredó de sus padres un gran cariño por la Madre de Dios.
Cuando era pequeño tuvo un sueño en el cual la Virgen María le ofrecía dos coronas, si era fiel a la devoción mariana. Una corona blanca y otra roja. La blanca era la virtud de la pureza. Y la roja, el martirio. Tuvo la dicha de recibir ambas coronas.
Un domingo en un sermón oyó decir al predicador que los Padres Franciscanos iban a abrir un seminario. Le agradó la noticia y con su hermano se dirigió hacia allá. En 1910 fue aceptado como Franciscano, y en 1915 obtuvo en la Universidad de Roma el doctorado en filosofía y en 1919 el doctorado en teología. En 1918 fue ordenado sacerdote.
Maximiliano gastó su vida en tratar de hacer amar y venerar a la Sma. Virgen. En 1927 fundó en Polonia la Ciudad de la Inmaculada, una gran organización, que tuvo mucho éxito y una admirable expansión. Luego funda en Japón otra institución semejante, con éxito admirable.
El padre Maximiliano fundó dos periódicos. Uno titulado “El Caballero de la Inmaculada”, y otro “El Pequeño diario”. Organizó una imprenta en la ciudad de la Inmaculada en Polonia, y después se trasladó al Japón y allá fundó una revista católica que pronto llegó a tener 15,000 ejemplares. Un verdadero milagro en ese país donde los católicos casi no existían. En la guerra mundial la ciudad de Nagasaki, donde él tenía su imprenta, fue destruida por una bomba atómica. A su imprenta no le sucedió nada malo.
Los nazis durante la guerra, al invadir Polonia, bombardearon la ciudad de la Inmaculada y se llevaron prisionero al padre Maximiliano, con todos los que colaboraban. El ya había fundado una radiodifusora y estaba dirigiendo la revista “El caballero de la Inmaculada”, con gran éxito y notable difusión. Todo se lo destruyó la guerra, pero su martirio le consiguió un puesto glorioso en el cielo.
Cuando el Santo Padre Pablo VI lo declaró beato, a esa gran fiesta asistió, el hombre por el cual él había ofrecido el sacrificio de su propia vida. Juan Pablo II, su paisano, lo declaró santo ante una multitud inmensa de polacos.
En este gran santo sí se cumple lo que dijo Jesús: “Si el grano de trigo cae en tierra y muere, produce mucho fruto. Nadie tiene mayor amor que el que ofrece la vida por sus amigos”.
Quiera Dios que también nosotros seamos capaces de sacrificarnos como Cristo y Maximiliano, por el bien de los demás.
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